Nuestra fundadora

Introducción

En Madre Luisita, al igual que en muchos otros santos, su experiencia mística se fue enriqueciendo en la vida cotidiana, no se manifestó a través de fenómenos extraordinarios, sino en lo ordinario de la vida, lo extraordinario consistió en que fue capaz de ayudarnos a volver a Dios en el camino de la sencillez y humildad acompañándonos con su vida a leer el paso de Dios en la naturaleza, en el acontecer de cada persona, de cada comunidad, de las circunstancias adversas y cambiantes de la historia.

Fue una mujer que vivió los tres estados de vida: matrimonio, celibato y vida religiosa, así es que ella puede acompañar en el crecimiento de la vida en Dios desde cualquier estado de vida que hayamos elegido. Y la riqueza que nos ofrece es que se dejó hacer por Dios en lo cotidiano de la vida, en aquellas cosas y situaciones a las que tenemos acceso todos los seres humanos.

Nacimiento

María Luisa Josefa de la Peña Navarro, nace el 21 de junio de 1866 en el alegre y pintoresco pueblo de Atotonilco el Alto, Jalisco, México. Un pueblo rodeado de huertos de limas, limones, naranjos, que cuando están en flor, sus azahares inundaban de un agradable olor a todos los pobladores de esa linda tierra. Sus padres fueron Epigmenio de la Peña y María Luisa Navarro, grandes hacendados del pueblo, incluso a la casa que habitaban le llamaban “el mayorazgo”, tuvieron 11 hijos.

Luisita fue la tercera de los hijos, pues tuvieron dos hijas antes que ella y murieron por haber nacido muy delicadas de salud. Ciertamente Luisita tuvo una salud frágil, sus padres temían que pasara la misma suerte que sus hermanitas anteriores, pero la voluntad de Dios era que viviera, pues ya le tenía una misión encomendada como hija, esposa, laica comprometida (viuda) y fundadora de una Congregación, Él siempre sabe sus caminos y se encargó de cuidarla y formarla para este fin.

Niñez

Sus padres Don Epigmenio y Doña Luisa tuvieron un papel muy importante en la formación de su hija, fueron personas muy cercanas a los demás. Sabemos que en los pueblos toda la gente se conoce, ellos fueron muy queridos por su cercanía, por el interés que mostraban y la ayuda que proporcionaban a las personas, especialmente a las más necesitadas, a los pobres de la población. Los hijos tienden a imitar siempre tanto las fortalezas como las debilidades de sus padres. Para Luisita, tuvieron una fuerte influencia en su educación, dado las virtudes que les caracterizaban, ella era más bien reservada y retraída, dado a su estado de salud frágil y podríamos decir también a los momentos que tuvo que pasar sola, pues su hermano Epigmenio, que era el que le seguía, era 9 años menor que ella.

En cuanto a su formación cultural, tuvo la que las niñas de su nivel social tenían. No había escuelas como ahora, más bien formaban grupos en los que alguna institutriz les enseñaba a leer, escribir, las matemáticas…, todo lo que equivalía a la primaria y además recibían preparación que les ayudara a llevar adelante los compromisos del hogar, como costuras, tejido, bordado, cocina, etc. Luisita por su condición física frágil, no pudo seguir con el grupo y tuvo una institutriz especial en casa, que se encargó no sólo de su formación cultural sino también religiosa. Su nombre era Agapita Flores, mujer dotada de grandes virtudes, le enseñó a orar y a amar la Eucaristía y a contemplar a Dios en la naturaleza, los testimonios dicen que le enseñó a meditar y a hablar con nuestro buen Dios y a hablarle de corazón a corazón.

Juventud

En su juventud tenía las inclinaciones que toda joven a su edad experimenta, ahí continuaban los sentimientos sobre todo de vanidad, orgullo, inseguridad…, quizás porque todavía se está en el proceso de irse aceptando a sí misma. Entiende perfectamente cómo el Señor actúa para ayudar a la persona que se decida a entrar por el camino de la humildad. Su madre podía contar con ella en la formación de sus hijos, oraban en familia y algunas veces ella se encargaba de dirigirla, estaba más acostumbrada a ver el bien ajeno más que el propio; se veía ya una persona flexible y enérgica a la vez.

Quería contagiar a los demás para que descubrieran el amor de Dios y a su vez le correspondieran. Más tarde podrá concretizar su experiencia y a la vez transmitirla en la formación de sus hijas, porque fue creciendo en su amistad con Dios. En realidad en su juventud, ya era toda de Dios. Luisita sabe por experiencia que el Señor atrae a las personas más frágiles y débiles, con mayores gracias para animarles en el camino hacia Él. Y también sabe por experiencia que en el camino más adelantado, las experiencias místicas son gozosas y dulces aún en medio del dolor.

Luisita hoy puede ser un modelo para la juventud, puesto que a la vez que era respetuosa y gozaba en las fiestas su corazón ya pertenecía a Dios. Una vez fue la reina del pueblo, cantaba en las serenatas, bailaba los sones mexicanos, todo lo que una joven de su edad hacía para divertirse, con la diferencia de que ella había cambiado y a pesar de sus escasos 16 años, tenía una gran sensatez que la haría capaz de llevar adelante su matrimonio durante catorce años.

Matrimonio

María Luisa Josefa contrajo matrimonio con Pascual Rojas el 9 de febrero de 1882, en la parroquia de San Miguel Arcángel, en Atotonilco el Alto, Jalisco, México, bendijo el matrimonio el Excmo. Sr. Obispo de Zacatecas, Vicario Apostólico de la Baja California, Don Buenaventura Portillo y Tejada, los padrinos fueron Don Isidoro Navarro y Dña. Nicolasa Navarro. La boda se celebró en medio de mucho regocijo, suntuosidad y solemnidad. Se casaba la hija mayor de Don Epigmenio de la Peña, su madre Dña. Luisa estuvo al cuidado de que todo marchara bien. Era una familia alegre, hasta ahora el pueblo mexicano expresa su alegría a través de la fiesta, del baile, del júbilo.

Este fue el comienzo de una vida nueva para Luisita. A sus 16 años se vio de momento inmersa en todas sus responsabilidades. Ella estaba siempre atenta para asistir a su Misa diaria, iba a la primera celebración del día, regresaba a preparar los menesteres de su casa y su esposo asistía a la siguiente Eucaristía. Además ella tenía mucho cuidado de las personas que ayudaban en la hacienda. Su esposo les atendía en el campo de la salud y ella le ayudaba como enfermera. No faltaba, además de ver por su salud, alguna ayuda que dejaban, ya fuera en despensa o discretamente dejaba dinero debajo de la almohada del enfermo.Todos los días se reunía con las personas que les ayudaban en la hacienda a orar. En realidad fue una pareja que se dedicó por completo al bien de los demás.

Luisita también se convierte en ejemplo de vida matrimonial, quien ve su caminar en este aspecto, descubre que Dios fue el centro de su vida, puesto que tanto ella como su esposo se fueron configurando con Cristo y pudieron ser un reflejo de la bondad, de la providencia y misericordia del Padre, siempre atentos a llevar adelante su voluntad, en esa sociedad tan necesitada de una mano amiga que también les guiara hacia esa experiencia. Por supuesto que desde el matrimonio se puede ser luz para encontrar la verdad, la justicia, el amor y el camino hacia la libertad, la redención, la salvación y vivir la experiencia del Reino experimentado ya la gloria en la tierra. Tanto al interior de sus hogares como en la proyección de su fe en la humanidad.

Muerte de su esposo

Otra etapa de María Luisa de la Peña estaba a punto de concluir, una etapa significativa en el proceso de santidad, fue una esposa ejemplar desde su experiencia mística, de encuentro cercano al Señor, quizás por lo mismo pudo afrontar con una fuerte experiencia teologal el fallecimiento de su compañero de aventuras en las tareas del Reino. El Doctor Don Pascual Rojas Santoscoy, muere en Guadalajara, el 3 de abril de 1896. Por supuesto que fue un gran hombre, y como tal se preparó para morir.

Pero en realidad era el culmen de una vida de entrega, un hombre que no escatimó ningún esfuerzo por colaborar sobre todo, para el bien los que sufrían marginación y desamparo por no tener lo medios suficientes para salir adelante en las necesidades básicas de la vida. Un hombre, místico y profeta que supo llevar adelante la voluntad de Dios, junto con su esposa que le impulsó en el compromiso de su fe. Luisita, de 28 años, siguió llevando una vida de oración y de entrega, se le seguía viendo en el pueblo con su caridad y amabilidad, siendo muy cercana con todos, ahora en una actitud de búsqueda para saber qué quería el Señor de ella.

Lo único que conservó de su vida matrimonial fue un Crucifijo, regalo de su esposo y una estatua de San Pascual. Ante este Crucifijo Luisita, después de la muerte de su esposo, hizo voto de castidad, lo recibió Fr. Nicolás del Niño Jesús, ofm., familiar del Doctor Rojas. Después de la muerte de su esposo se fue a vivir con su madre. Siguió atendiendo a los enfermos, visitando a los pobres y ayudándoles en lo que ella podía, a los niños, con quienes jugaba y les hacía pasar un rato agradable; también continuó con su vida de piedad y por las tardes juntaba a las personas de la hacienda para rezar el Rosario, en la vida cotidiana, en lo ordinario de la vida, siguió viendo el paso de Dios y siguió siendo esa estrella que iluminaba el camino de los demás, les ganaba el corazón para llevarlos a Dios, como ella insistiría más tarde a sus hijas religiosas, sólo con el amor se puede ayudar para que las personas opten por el Amor.

También dedicaba momentos de silencio y oración en un lugar de la casa de su madre, de hecho sus hermanas le llamaban a ese lugar “el capuchinero”82. Fueron ocho años de intensa búsqueda, podríamos decir también que es un testimonio para las personas que optan por ser laicos comprometidos desde sus familias. Una testigo inspiradora que vivía en paz y alegría todos los acontecimientos de su vida. La serenidad y fortaleza que mostró con el deceso de su esposo y la entereza para seguir adelante aún en medio de la oscuridad por las inquietudes que experimentaba dentro de su corazón. Con todo esto el Señor la fue forjando para más tarde encomendarle otra misión.

Carmelita contemplativa

En esta búsqueda, a la luz del Espíritu Santo, llegó a la conclusión de que el Señor la quería para Carmelita Descalza y el 03 de marzo de 1904, de 36 años de edad, entró al monasterio de las Carmelitas de Santa Teresa en la ciudad de Guadalajara, México. Recibió el nombre de María de los Dolores del Santísimo Sacramento. Se deduce de su vida que el Señor la trae al Carmelo para seguirla instruyendo, pues ahí bebe de la espiritualidad de los Santos Padres Teresa de Jesús y Juan de la Cruz, también vive la experiencia de vida religiosa. Existen testimonios en los que dicen que fue una persona que dejó un testimonio de una experiencia fuerte de Dios y un compromiso de entrega, respeto y caridad, en realidad ya había entrado al Carmelo con un serio proceso en el camino hacia la santidad.

Estuvo poco tiempo en el Carmelo contemplativo, ella se sentía fuertemente atraída por sus pobres, ancianos, enfermos, niños…, en su nueva búsqueda consultó con el Sr. Arzobispo de Guadalajara, Don José de Jesús Ortiz y con otros Sacerdotes, descubrió que necesitaba seguir siendo una mujer contemplativa en la vida activa, trabajando directamente con ellos, como lo había hecho desde jovencita, a los tres meses, en junio de 1904, regresó a Atotonilco.

Estos fueron los inicios de la congregación de las Carmelitas del Sagrado Corazón. Incipientes pasos en donde el Espíritu fue irrumpiendo y regalando el Carisma a la Iglesia a través de María Luisa Josefa de la Peña, viuda de Rojas, y seguimos a través de su vida confirmando cómo Dios se vale de lo pequeño y sencillo para hacer grandes cosas y cómo, quien es capaz de abrirse a los misteriosos espacios de lo trascendente puede ver grandes cosas y hacer de lo ordinario algo extraordinario.

Fundadora

Al volver a Atotonilco, después de vivir otros tres meses en el Hospital, llevando una vida de entrega, junto con la Señorita Guadalupe Ruiz que vibraba con los mismos ideales que ella tenía, secundándola en la invitación de vivir la aventura de iniciar algo nuevo desde el llamamiento que les hacía Jesús para iniciar una experiencia que les llevara a concretizar su entrega. Luisita tenía que buscar los medios que le ayudaran a esto, dialogó con el Sr. Cura Don Arcadio Medrano, quien las llamó para juntos buscar caminos y ver la posibilidad de llevar adelante este proyecto. Las congregó el 4 de octubre de 1904, también asistieron las socias de la conferencia de San Vicente de Paul, acordaron que seguirían discerniendo en un ambiente de oración para descubrir la voluntad de Dios.

El Sr. Cura habló con el Arzobispo de Guadalajara Don José de Jesús Ortiz, aprobó que pudieran iniciar el ideal que manifestaban de vivir una vida de comunidad practicando la caridad especialmente con los enfermos, en escuelas y orfanatorios. Se unieron a este ideal cuatro de las socias de la Conferencia de San Vicente. Dio inicio la Congregación el 24 de diciembre de 1904, se realizó en la Capilla del Calvario, en Atotonilco el Alto, Jalisco, México. De esa forma inició y se fue desarrollando la obra entre circunstancias favorables y otras con serias dificultades. No le fue fácil a Luisita encontrar y después llevar a la práctica lo que el Señor le pedía para ser fundadora de la Congregación de las Carmelitas del Sagrado Corazón.

Empezaron a llegar jóvenes que deseaban seguir a Jesús a través de esta forma de vida. Fue aumentando el número de sus miembros, atendían el Hospital, el Colegio y un Orfanatorio. Por supuesto inspiradas en la entrega y santidad de Madre Luisita. Pasó por la dificultad de que tuvieron que agregarse a la Congregación de las Siervas de Jesús Sacramentado. Madre Luisita obedeció con mucho dolor, puesto que en su corazón ella tenía la certeza de lo que le pedía el Señor y se anexaron el 22 de mayo de 1913. Profesó en dicha congregación el 2 de marzo de 1915.

En México ya se estaba viviendo la violencia causada por la persecución religiosa, por lo que profesó en casa del Sr. Domingo Hinojosa, en donde se tenían que dispersar para no correr riesgos. Ciertamente los testimonios de las hermanas de dicha congregación hablan de la santidad de Madre Luisita, desempeñando los oficios más sencillos en una actitud de gran humildad y servicio.

Esta experiencia la fraguó, fue una noche obscura, vivida en obediencia y de la mano del Señor. Esto lo podemos constatar a través de sus apuntes espirituales. Ella experimentaba el llamado del Señor para iniciar la congregación, ya llevaban 9 años en el esfuerzo por ir consolidando la obra, incluso había aumentado el número de sus hijas.

Cuatro años formó parte de la Congregación de las Siervas de Jesús Sacramentado, como a Madre Luisita siempre le caracterizó el espíritu de búsqueda, decimos que en el seno de la Trinidad se preparan los testigos, pues ahí en ese servicio humilde y en una intensa oración, junto con la decisión del Sr. Arzobispo, tiene el permiso de regresar a Atotonilco para continuar su obra. El 22 de mayo de 1917, fiesta de Corpus, deja la Congregación de las Siervas, sale sólo con 3 de sus hijas que habían ingresado con ella, las demás se quedaron en dicha congregación. Se unen otras dos que se habían quedado atendiendo el Hospitalito. Aparentemente partía de cero nuevamente, recomenzaron 6 hermanas, así como había sido al inicio de la obra. Lo admirable en Madre Luisita es verla abierta al Espíritu y su tenacidad en seguir la tarea que el Señor le había encomendado. Ya podemos imaginar la gran algarabía y gozo que había en el Pueblo de Atotonilco al saber la llegada de su tan querida madre Luisita.

Piden la agregación a la Orden del Carmen la que es aceptada el 18 de octubre de 1920. Se veía cumplido el ideal de nuestra fundadora de vivir la espiritualidad del Carmen desde una fuerte experiencia de Dios como Padre providente, bondadoso y misericordioso proyectado en los rostros sufrientes de la sociedad en la que les tocó vivir. Obteniendo el decreto de agregación empiezan a vivir su Regla de Carmelitas y profesan el 1 de abril de 1921, es cuando ella toma el nombre de María Luisa Josefa del Santísimo Sacramento.

Vemos ahora a Madre Luisita en plena etapa apostólica, aprovechando todo acontecimiento para fundar una nueva presencia, apostaba por la expansión. Quería abarcar “todos los rincones de la tierra”105, según el envío de Jesús a sus discípulos. Dice a la hermana Teresita: “Me dará mucho gusto pasearme por Asia, pues ya me conozco lo que me gusta y por ser hechos en ese lugar tan querido para mí. Dios te bendiga”106. Los hombres y mujeres contemplativos viven en una unidad, tienen la necesidad de estar momentos fuertes en la oración y momentos fuertes en la acción. Todo en miras a hacer presente el Reino. En los capítulos siguientes la seguiremos observando como una testigo que inspira y acompaña.

Otro periodo muy difícil que le tocó vivir fue la persecución religiosa. Ella, como responsable del Instituto tenía que estar atenta a los signos de los tiempos para descubrir nuevamente lo que el Señor le iba mostrando en ellos. Gracias a Dios contaba con grandes mujeres que colaboraban con ella, pues también eran depositarias del carisma y a la vez tenían una gran fortaleza para afrontar los desafíos que se presentaban, de verdad eran capaces de dar la vida por no permitir que la fe decayera, en medio de tantas atrocidades que estaban cometiendo en esa cruenta persecución.

Mujeres que tenían claro su ideal, su opción fundamental y fueron testigos inspiradores, se atrevieron a subir al celemín para ser luz y fortaleza para hacer llegar el amor providente, bondadoso, misericordioso de Dios Padre-Madre en esas circunstancias tan difíciles que estaba viviendo México.

Muerte

Madre Luisita, desde pequeña tuvo una salud muy quebrantada, y en los últimos tres años fue agravándose, su enfermedad fue la diabetes y se fue complicando con fuertes ataques de uremia, enfermedad renal. Al observarla podemos ver cómo aún en medio de tantos dolores y padecimientos siguió su actividad de fundadora y superiora general, aunque ella varias veces renunció a este servicio, las autoridades eclesiales no se lo permitieron. Es la fortaleza que tienen los grandes santos, deseosa de hacer la voluntad de Dios sin escatimar ningún esfuerzo, ningún sacrificio.

Madre Luisita presintió su muerte, este don que el Señor le regaló, le ayudó para preparar a sus hijas y para darles sus últimas recomendaciones. En la mayoría de sus cartas, nuestra Madre menciona que se siente enferma y su mal no es sencillo, sabe que en cualquier momento, en uno de esos ataques que le dan, puede morir. Tal y como es el corazón de una madre, lo que le preocupan son sus hijas, quiere tener la certeza de que ellas también acogerán la voluntad de Dios y seguirán en el empeño de seguir haciendo presente el Carisma, a la vez las impulsa para que afiancen su esperanza.

Debido a la persecución religiosa se veían obligadas a seguido cambiar de casa, encontraron una pequeña que las hermanas le llamaban la tumba de Lázaro por ser pequeña, oscura y fría. Sería la última Navidad que pasaría con sus hijas aquí en esta tierra, quería compartirla con ellas aún en el ambiente de temor que se vivía a causa de la persecución. Madre Luisita ya estaba preparada para emprender el viaje hacia la eternidad, ahora sí podría estar mucho más cerca del Corazón de Jesús ya que siempre invitaba a sus hijas a encontrarse ahí, como les decía, ya que la Congregación se iba expandiendo y ya no le era fácil encontrarse con ellas personalmente.

Ayudada por el Señor Arzobispo envió la bendición a todas sus hijas y le dejó al Padre Modesto Sánchez para que estuviera en el momento de su muerte y le diera los auxilios necesarios, los viáticos para tener fuerza para emprender un nuevo camino, quizás el más difícil de dar para encontrar la verdadera vida y le diera así la bendición con el Santísimo Sacramento, ella que había amado tanto a Jesús vivo, cercano y presente en este Santo Sacramento y además había sido su alimento en su peregrinar por esta tierra, fue bendecida con Él al dar el verdadero paso de la muerte a la VIDA.

María Luisa Josefa del Santísimo Sacramento, nace a la Nueva Vida el 11 de febrero de 1937, faltando cinco minutos para las cinco, día de nuestra Señora de Lourdes. A pesar del contexto en el que se encontraba México, que todavía existían algunos brotes de la persecución religiosa, Madre Luisita con su muerte congregó a mucha gente. A sus hijas, que no fueron pocas, a los sacerdotes que se unían a este acontecimiento a través de las celebraciones eucarísticas, el pueblo que la amaba y la tenía como su madre. Fue grande el cortejo que acompañó a nuestra querida Madre. Todos con deseos de alcanzar algún favor, si hacía tanto bien cuando estaba en esta tierra, con mayor razón los haría estando ya junto al Amado. Se manifestó toda la piedad popular y además se le despidió como a una verdadera madre, las hermanas dicen que no saben cómo sucedió esto, cómo corrió la noticia. Todos lo que la conocieron no podían dudar de que había subido al cielo una gran santa.

Muerte

Madre Luisita, desde pequeña tuvo una salud muy quebrantada, y en los últimos tres años fue agravándose, su enfermedad fue la diabetes y se fue complicando con fuertes ataques de uremia, enfermedad renal. Al observarla podemos ver cómo aún en medio de tantos dolores y padecimientos siguió su actividad de fundadora y superiora general, aunque ella varias veces renunció a este servicio, las autoridades eclesiales no se lo permitieron. Es la fortaleza que tienen los grandes santos, deseosa de hacer la voluntad de Dios sin escatimar ningún esfuerzo, ningún sacrificio.

Madre Luisita presintió su muerte, este don que el Señor le regaló, le ayudó para preparar a sus hijas y para darles sus últimas recomendaciones. En la mayoría de sus cartas, nuestra Madre menciona que se siente enferma y su mal no es sencillo, sabe que en cualquier momento, en uno de esos ataques que le dan, puede morir. Tal y como es el corazón de una madre, lo que le preocupan son sus hijas, quiere tener la certeza de que ellas también acogerán la voluntad de Dios y seguirán en el empeño de seguir haciendo presente el Carisma, a la vez las impulsa para que afiancen su esperanza.

Debido a la persecución religiosa se veían obligadas a seguido cambiar de casa, encontraron una pequeña que las hermanas le llamaban la tumba de Lázaro por ser pequeña, oscura y fría. Sería la última Navidad que pasaría con sus hijas aquí en esta tierra, quería compartirla con ellas aún en el ambiente de temor que se vivía a causa de la persecución. Madre Luisita ya estaba preparada para emprender el viaje hacia la eternidad, ahora sí podría estar mucho más cerca del Corazón de Jesús ya que siempre invitaba a sus hijas a encontrarse ahí, como les decía, ya que la Congregación se iba expandiendo y ya no le era fácil encontrarse con ellas personalmente.

Ayudada por el Señor Arzobispo envió la bendición a todas sus hijas y le dejó al Padre Modesto Sánchez para que estuviera en el momento de su muerte y le diera los auxilios necesarios, los viáticos para tener fuerza para emprender un nuevo camino, quizás el más difícil de dar para encontrar la verdadera vida y le diera así la bendición con el Santísimo Sacramento, ella que había amado tanto a Jesús vivo, cercano y presente en este Santo Sacramento y además había sido su alimento en su peregrinar por esta tierra, fue bendecida con Él al dar el verdadero paso de la muerte a la VIDA.

María Luisa Josefa del Santísimo Sacramento, nace a la Nueva Vida el 11 de febrero de 1937, faltando cinco minutos para las cinco, día de nuestra Señora de Lourdes. A pesar del contexto en el que se encontraba México, que todavía existían algunos brotes de la persecución religiosa, Madre Luisita con su muerte congregó a mucha gente. A sus hijas, que no fueron pocas, a los sacerdotes que se unían a este acontecimiento a través de las celebraciones eucarísticas, el pueblo que la amaba y la tenía como su madre. Fue grande el cortejo que acompañó a nuestra querida Madre. Todos con deseos de alcanzar algún favor, si hacía tanto bien cuando estaba en esta tierra, con mayor razón los haría estando ya junto al Amado. Se manifestó toda la piedad popular y además se le despidió como a una verdadera madre, las hermanas dicen que no saben cómo sucedió esto, cómo corrió la noticia. Todos lo que la conocieron no podían dudar de que había subido al cielo una gran santa.

Muerte

Madre Luisita, desde pequeña tuvo una salud muy quebrantada, y en los últimos tres años fue agravándose, su enfermedad fue la diabetes y se fue complicando con fuertes ataques de uremia, enfermedad renal. Al observarla podemos ver cómo aún en medio de tantos dolores y padecimientos siguió su actividad de fundadora y superiora general, aunque ella varias veces renunció a este servicio, las autoridades eclesiales no se lo permitieron. Es la fortaleza que tienen los grandes santos, deseosa de hacer la voluntad de Dios sin escatimar ningún esfuerzo, ningún sacrificio.

Madre Luisita presintió su muerte, este don que el Señor le regaló, le ayudó para preparar a sus hijas y para darles sus últimas recomendaciones. En la mayoría de sus cartas, nuestra Madre menciona que se siente enferma y su mal no es sencillo, sabe que en cualquier momento, en uno de esos ataques que le dan, puede morir. Tal y como es el corazón de una madre, lo que le preocupan son sus hijas, quiere tener la certeza de que ellas también acogerán la voluntad de Dios y seguirán en el empeño de seguir haciendo presente el Carisma, a la vez las impulsa para que afiancen su esperanza.

Debido a la persecución religiosa se veían obligadas a seguido cambiar de casa, encontraron una pequeña que las hermanas le llamaban la tumba de Lázaro por ser pequeña, oscura y fría. Sería la última Navidad que pasaría con sus hijas aquí en esta tierra, quería compartirla con ellas aún en el ambiente de temor que se vivía a causa de la persecución. Madre Luisita ya estaba preparada para emprender el viaje hacia la eternidad, ahora sí podría estar mucho más cerca del Corazón de Jesús ya que siempre invitaba a sus hijas a encontrarse ahí, como les decía, ya que la Congregación se iba expandiendo y ya no le era fácil encontrarse con ellas personalmente.

Ayudada por el Señor Arzobispo envió la bendición a todas sus hijas y le dejó al Padre Modesto Sánchez para que estuviera en el momento de su muerte y le diera los auxilios necesarios, los viáticos para tener fuerza para emprender un nuevo camino, quizás el más difícil de dar para encontrar la verdadera vida y le diera así la bendición con el Santísimo Sacramento, ella que había amado tanto a Jesús vivo, cercano y presente en este Santo Sacramento y además había sido su alimento en su peregrinar por esta tierra, fue bendecida con Él al dar el verdadero paso de la muerte a la VIDA.

María Luisa Josefa del Santísimo Sacramento, nace a la Nueva Vida el 11 de febrero de 1937, faltando cinco minutos para las cinco, día de nuestra Señora de Lourdes. A pesar del contexto en el que se encontraba México, que todavía existían algunos brotes de la persecución religiosa, Madre Luisita con su muerte congregó a mucha gente. A sus hijas, que no fueron pocas, a los sacerdotes que se unían a este acontecimiento a través de las celebraciones eucarísticas, el pueblo que la amaba y la tenía como su madre. Fue grande el cortejo que acompañó a nuestra querida Madre. Todos con deseos de alcanzar algún favor, si hacía tanto bien cuando estaba en esta tierra, con mayor razón los haría estando ya junto al Amado. Se manifestó toda la piedad popular y además se le despidió como a una verdadera madre, las hermanas dicen que no saben cómo sucedió esto, cómo corrió la noticia. Todos lo que la conocieron no podían dudar de que había subido al cielo una gran santa.

Muerte

Madre Luisita, desde pequeña tuvo una salud muy quebrantada, y en los últimos tres años fue agravándose, su enfermedad fue la diabetes y se fue complicando con fuertes ataques de uremia, enfermedad renal. Al observarla podemos ver cómo aún en medio de tantos dolores y padecimientos siguió su actividad de fundadora y superiora general, aunque ella varias veces renunció a este servicio, las autoridades eclesiales no se lo permitieron. Es la fortaleza que tienen los grandes santos, deseosa de hacer la voluntad de Dios sin escatimar ningún esfuerzo, ningún sacrificio.

Madre Luisita presintió su muerte, este don que el Señor le regaló, le ayudó para preparar a sus hijas y para darles sus últimas recomendaciones. En la mayoría de sus cartas, nuestra Madre menciona que se siente enferma y su mal no es sencillo, sabe que en cualquier momento, en uno de esos ataques que le dan, puede morir. Tal y como es el corazón de una madre, lo que le preocupan son sus hijas, quiere tener la certeza de que ellas también acogerán la voluntad de Dios y seguirán en el empeño de seguir haciendo presente el Carisma, a la vez las impulsa para que afiancen su esperanza.

Debido a la persecución religiosa se veían obligadas a seguido cambiar de casa, encontraron una pequeña que las hermanas le llamaban la tumba de Lázaro por ser pequeña, oscura y fría. Sería la última Navidad que pasaría con sus hijas aquí en esta tierra, quería compartirla con ellas aún en el ambiente de temor que se vivía a causa de la persecución. Madre Luisita ya estaba preparada para emprender el viaje hacia la eternidad, ahora sí podría estar mucho más cerca del Corazón de Jesús ya que siempre invitaba a sus hijas a encontrarse ahí, como les decía, ya que la Congregación se iba expandiendo y ya no le era fácil encontrarse con ellas personalmente.

Ayudada por el Señor Arzobispo envió la bendición a todas sus hijas y le dejó al Padre Modesto Sánchez para que estuviera en el momento de su muerte y le diera los auxilios necesarios, los viáticos para tener fuerza para emprender un nuevo camino, quizás el más difícil de dar para encontrar la verdadera vida y le diera así la bendición con el Santísimo Sacramento, ella que había amado tanto a Jesús vivo, cercano y presente en este Santo Sacramento y además había sido su alimento en su peregrinar por esta tierra, fue bendecida con Él al dar el verdadero paso de la muerte a la VIDA.

María Luisa Josefa del Santísimo Sacramento, nace a la Nueva Vida el 11 de febrero de 1937, faltando cinco minutos para las cinco, día de nuestra Señora de Lourdes. A pesar del contexto en el que se encontraba México, que todavía existían algunos brotes de la persecución religiosa, Madre Luisita con su muerte congregó a mucha gente. A sus hijas, que no fueron pocas, a los sacerdotes que se unían a este acontecimiento a través de las celebraciones eucarísticas, el pueblo que la amaba y la tenía como su madre. Fue grande el cortejo que acompañó a nuestra querida Madre. Todos con deseos de alcanzar algún favor, si hacía tanto bien cuando estaba en esta tierra, con mayor razón los haría estando ya junto al Amado. Se manifestó toda la piedad popular y además se le despidió como a una verdadera madre, las hermanas dicen que no saben cómo sucedió esto, cómo corrió la noticia. Todos lo que la conocieron no podían dudar de que había subido al cielo una gran santa.